domingo, 20 de julio de 2008

"El arte de amar" Erich Fromm

Para el Día del amigo, nada mejor que un poco de ARTE.


1. EL AMOR, LA RESPUESTA AL PROBLEMA DE LA EXISTENCIA HUMANA

Cualquier teoría del amor debe comenzar con una teoría del hombre, de la existencia humana. Si bien encontramos amor, o más bien, el equivalente del amor, en los animales, sus afectos constituyen fundamentalmente una parte de su equipo instin­tivo, del que sólo algunos restos operan en el hombre. Lo esen­cial en la existencia del hombre es el hecho de que ha emergido del reino animal, de la adaptación instintiva, de que ha trascen­dido la naturaleza -si bien jamás la abandona y siempre forma parte de ella- y, sin embargo, una vez que se ha arrancado de la naturaleza, ya no puede retornar a ella, una vez arrojado del paraíso -un estado de unidad original con la naturaleza- que­rubines con espadas flameantes le impiden el paso si trata de regresar. El hombre sólo puede ir hacia adelante desarrollando su razón, encontrando una nueva armonía humana en reem­plazo de la prehumana que está irremediablemente perdida.

Cuando el hombre nace, tanto la raza humana como el in­dividuo, se ve arrojado de una situación definida, tan definida como los instintos, hacia una situación indefinida, incierta, abierta. Sólo existe certeza con respecto al pasado, y con res­pecto al futuro, la certeza de la muerte.

El hombre está dotado de razón, es vida consciente de sí misma; tiene conciencia de sí mismo, de sus semejantes, de su pasado y de las posibilidades de su futuro. Esa conciencia de sí mismo como una entidad separada, la conciencia de su breve lapso de vida, del hecho de que nace sin que intervenga su vo­luntad y ha de morir contra su voluntad, de que morirá antes que los que ama, o éstos antes que él, la conciencia de su sole­dad y su «separatidad» *, de su desvalidez frente a las fuerzas de la naturaleza y de la sociedad, todo ello hace de su existen­cia separada y desunida una insoportable prisión. Se volvería loco si no pudiera liberarse de su prisión y extender la mano para unirse en una u otra forma con los demás hombres, con el mundo exterior.

sábado, 12 de julio de 2008

Kairós

Un rasgo característico de la modernidad fue concebir el tiempo de manera lineal, continuo y homogéneo. Sin llegar a entrar en detalle sobre la física newtoniana y la transformación radical que sufre a partir de teoría de la relatividad, podemos afirmar que el tiempo objetivo, que es el que tarda la aguja del reloj en recorrer una vuelta entera, no se asemeja al tiempo subjetivo.

Ese minuto que es un minuto para todos, sirve para ejercer un tipo de control sobre nuestro propio tiempo, todos tenemos horarios de entrada y salidas, de sueño y vigilia, horas de estudio, de almuerzo, de tareas, etc…

La densidad del tiempo humano es heterogénea, por consiguiente, una unidad de tiempo puede contener en sí misma múltiples posibilidades. “Algo que no podía realizarse por años, puede abrirse como una posibilidad durante un minuto, para cerrarse inmediatamente después.”[1]

Nuestro tiempo nos exige otro tipo de cosas. Entonces volvamos a los antiguos griegos (anteriores a Platón y Aristóteles), que manejaban un concepto de tiempo de carácter heterogéneo.

El término que utilizan para dar cuenta de ello es Kairós. Este término involucra un tiempo que tiene en sí la idea de oportunidad, de momento indicado para hacer determinado movimiento, es el momento justo en el cual determinada acción nos llevará al éxito o al fracaso, es el tiempo que si se nos escapa no podremos recuperar. Se utilizaba para representar los instantes en que los jugadores debían encontrar la posibilidad de sacar ventaja en una carrera de carros para adelantarse y ganar, o el lapso en el cual el arquero apunta al blanco justo y debe disparar.

Otro término similar es kaîros, es el arte del tejido en el oficio del telar. “Este hace referencia al momento en el cual el tejedor debe tirar el hilo a través de la brecha que se abre momentáneamente en la urdimbre de la tela que se teje.”[2]

En pocas palabras, la vida que es un juego, con sus reglas ya establecidas, nos ofrece momentos justos para determinados movimientos, determinadas acciones, determinadas palabras. Hay situaciones justas para hablar y para callar, para jugar una pieza o rendirse y volver a empezar una nueva partida.

El tiempo se devora todas las oportunidades que dejamos pasar, eso nos convierte en personajes que debemos estar atentos continuamente a cada escena, no podemos repetirla, tenemos una sola oportunidad de actuar y debemos elegir bien, pues será la primera y la última.



[1] Echeverría, Rafael, Ontología del lenguaje, Pág. 303

[2] Idem

miércoles, 2 de julio de 2008

El Bien, la Libertad y “los otros”


Una de las frases con la que más se ha identificado la idea del Bien, lo bueno o la bondad es la siguiente: “Solamente haciendo el bien se puede ser realmente feliz.”

Se presentan muchas dificultades a la hora de definir qué es el Bien o que entendemos por Bien. Bien puede ser considerado como abreviatura cómoda para designar cualesquiera de los aspectos bajo los cuales han sido dilucidadas las cuestiones de lo bueno o del ser bueno.

La felicidad condicionada por la acción buena merece ser aclarada desde otra afirmación; “La excelencia moral es resultado del hábito. Nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados, realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía.” Vale decir que nos hacemos buenos realizando actos buenos y en la medida que lo logremos seremos felices porque nada nos genera más satisfacción que hacer el Bien por el Bien mismo.

“La idea de felicidad –que es justamente la más importante- ha sido tratada por Leibniz con una profundidad extraordinaria. La felicidad es al hombre lo que la perfección es a los entes. La idea que corresponde a la perfección en las cosas, los entes deben ser perfectos; en el hombre, justamente la perfección es ser feliz. Y esa felicidad radica muy fundamentalmente en el amor. Y el amor -hay una frase suya que me parece extraordinaria-, el amor a Dios, dice Leibniz, debe ser un amor con tendresse y dice además que tiene que tener el ardor combinado con la luz. Ardor y luz, es precisamente una combinación del amor con la razón. A veces se contraponen amor y razón -el amor no es razonable, el amor es ciego..., Ortega opinaba que eso es un error gravísimo; el amor es perspicaz, el amor descubre... las perfecciones del amado, por ejemplo. La perfección humana consiste en amor luminoso, un amor esclarecido, un amor en que se combina la ternura con la razón.”

El amor a Dios nos ilumina, es un amor sumamente racional que nos permite comprender y participar del orden y la armonía existentes en el universo, esto nos facilita conocer o vislumbrar cual es la manera correcta de actuar según su voluntad, si es que nosotros pretendemos actuar según presuponemos que Dios lo haría. “De aquí se sigue claramente que la verdadera piedad, así como la verdadera felicidad, consisten en el amor de Dios, pero un amor ilustrado, cuyo ardor va acompañado de luz.

La felicidad, en definitiva, sería amar a Dios (que solo desea el Bien) y aceptar lo que a uno le toca.

Con respecto al mal se puede decir que las mismas deficiencias que son exclusivas del hombre originan sus inclinaciones al mal, en la medida en que se aleja del bien común y la armonía que pertenecen a la misma divinidad en la cual se encuentra sumergido, comienza a buscar su satisfacción individual y pretende realizar lo que a él sólo parece convenirle. Busca la realización de algo que le complace individualmente y no piensa en el bien de la mayoría, en el bien público. Es justamente el bien público lo que se considera fundamental a la hora de actuar, es en función de este bien que se debe deliberar previamente a cualquier elección. Parecería ser que, aquel hombre que pudiera olvidarse de su propio beneficio para obrar en función del bien para la mayoría sería el más libre de todos, debido a que su actuar estaría en concordancia con Dios, amaría la armonía universal y aceptaría sin sufrimiento lo que le toca vivir.

Vale decir que hay entre Bien, Felicidad, Libertad y bien común una relación intrínseca. Los hombres son libres y tienen una capacidad electiva, la posibilidad de elegir un deseo deliberado, la elección debe contemplar la idea de Bien, no en sentido individual, sino en sentido social, el bien para la comunidad. Debe tenerse en cuenta que el bien que busco para mí no perjudique a otros y de ser posible que persiga un bien que favorezca a la mayoría. Hay en Leibniz particularmente un determinismo metafísico pero hay una libertad moral, el hombre puede elegir el mal, depende de él mismo elegir el bien y en la medida que lo hace es más libre que el resto y se acerca más a la felicidad.